viernes, mayo 25, 2007

Los ojos del mar

(Atardecer Rosado, 1969, Benito Quinquela Martin)
Sobre el alféizar de la ventana de Bartleboom, esta vez eran dos los que estaban sentados. El niño de siempre. Y Bartleboom. Las piernas colgando, en el vacío. La mirada colgando, sobre el mar.
-Escucha, Dood...
Dood se llamaba el niño.
-Visto que siempre estás aquí...
-Mmmmh.
-Tú quizás lo sepas.
-¿Qué?
-¿Dónde tiene el mar los ojos?
-...
-Porque los tiene, ¿verdad?
-Sí.
-Y ¿dónde narices están?
-Los barcos.
-Los barcos ¿qué?
-Los barcos son los ojos del mar
Bartleboom se quedó de piedra.Eso sí que no se le había ocurrido.
-Pero si hay centenares de barcos...
-Es que tiene centenares de ojos. No pretenderéis que se las apañe con dos.
Efectivamente. Con todo el trabajo que tiene. Y tan grande como es. Había sentido común en todo aquello.
-Sí,pero, entonces, perdona...
-Mmmmh.
-¿Y los naufragios? Las tormentas, los tifones, todas esas cosas...¿Para qué tragarse entonces esos barcos, si son sus ojos?
Hasta un tono de cierta impaciencia tiene Dood cuando se vuelve hacia Bartleboom y dice
-Pero vos...¿es que vos no cerráis nunca los ojos?
Océano Mar (Alessandro Baricco)

sábado, mayo 12, 2007

Ego

soy
pregunta siempre inconclusa
lágrima, puño cerrado latiendo en el pecho
risa, instante breve que invade la pena
duda que se agita en el alma
soy
música que escucho y toco
esta voz
mis ojos siempre a mi acecho
un silencio que crece
porque no tiene como callar.


(Turner- Tempestad en el mar)


No soy yo
Aquellas palabras
Que repiten lindo y dicen feliz
La imagen húmeda y encorvada
Angustia perenne
Existo en estas cosas
Sobreviviéndome a mi misma
Siempre más lejos del origen
Cercana cada vez al telón
Que devele el final de esta comedia
Que alguien teje con mi pena.

martes, mayo 01, 2007

Pedro Páramo

Arrieros en un camino (Juan Rulfo)
Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de sus brazos.
Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con que ella arrullaba mi sueño... Creo sentir la pena de su muerte...
Pero esto es falso.
Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta.

(Pedro Páramo, Juan Rulfo)