domingo, julio 23, 2006

Lear

Alejandro Urdapilleta como Lear

This is the excellent foppery of the world, that, when we are sick in fortune, -- often the surfeit of our own behaviour, -- we make guilty of our disasters the sun, the moon, and the stars: as if we were villains by necessity; fools by heavenly compulsion; knaves, thieves, and treachers, by spherical predominance; drunkards, liars, and adulterers, by an enforced obedience of planetary influence.

King Lear, 1.2

(.-¡Qué ridiculez la del hombre!
Pretender (cuando nuestra fortuna sufre y mengua
por nuestra imprudencia, por el desarreglo de nuestra
conducta), acusar de nuestros males al sol, a la
luna y a las estrellas, como si fuésemos viciosos y
malvados por una impulsión celeste)

*****

Who is it that can tell me who I am?
King Lear, 1. 4

(Quién podrá decirme
lo que soy?...)


****

O! let me not be mad, not mad, sweet heaven;Keep me in temper; I would not be mad!
King Lear, 1. 5

(.-¡Cielos bienhechores! ¡no permitáis que
me vuela demente! ¡Conservad mi razón en buen
estado! ¡No quisiera volverme loco!)

http://www.teatrosanmartin.com.ar/htm/obras/reylear.html

sábado, julio 15, 2006

Eco


El principito subió a una alta montaña. Las únicas montañas que había conocido eran los tres volcanes que le llegaban a la rodilla. Usaba el volcán apagado como taburete. “Desde una montaña alta como ésta, se dijo, veré de un golpe todo el planeta y todos los hombres…”Pero sólo vio agujas de rocas bien afiladas.

-Buenos días- dijo al azar.
-Buenos días…Buenos días…Buenos días…- respondió el eco.

-¿Quién eres?- dijo el principito.
-Quién eres…quién eres…-respondió el eco.
-Sed amigos míos, estoy solo- dijo el principito.
-Estoy solo…estoy solo…estoy solo…-respondió el eco.

“¡Qué planeta raro! – pensó entonces-. Es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres no tienen imaginación. Repiten lo que se les dice…En mi casa tenía una flor: era siempre la primera en hablar…”

(El principito, Capítulo XIX, Antoine de Saint Exupery)

sábado, julio 08, 2006

Elogio del gato


La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

Elogio de la sombra
Jorge Luis Borges, 1969