miércoles, abril 27, 2011

El verano

Lo principal consiste en no desesperar. No prestemos demasiado oido a quienes proclaman el fin del mundo. Las civilizaciones no mueren tan facilmente y aún cuando este mundo tuviera que desplomarse, ello acontecería después de que otros mundos se hubieran hundido. Verdad es que nos encontramos en una época trágica. Pero es asimismo cierto que demasiadas gentes confunden lo trágico con los desesperado. "Lo trágico" decía Lawerence, "debería ser como un gran puntapié aplicado a la desgracia". He aquí un pensamiento sano y de aplicación inmediata. Existen hoy muchas cosas que merecen tal puntapié.


Los mitos no tienen vida por sí mismos. Aguardan a que nosotros los encarnemos . Basta que uno solo hombre en el mundo responda a su llamado para que nos ofrezcan su savia intacta. Tenemos que preservar este mito y hacer que su sueño no llegue a ser mortal a fin de que sea posible la resurrección. A veces dudo de que ese  mito pueda salvar al hombre de hoy. Pero es todavía posible salvar a los hijos de ese hombre en su cuerpo y en su espíritu. Es posible aun ofrecerle al propio tiempo las posibilidades de la felicidad y de la belleza.



Albert Camus, El verano
Editorial Sur, traduccion de Alberto L. Bixio
fotos de Loli

sábado, abril 02, 2011

Juan López y John Ward

 Les tocó en suerte una época extraña.
El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los catógrafos, auspiciaba las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Jorge Luis Borges, Los Conjurados, 1985.