El principito subió a una alta montaña. Las únicas montañas que había conocido eran los tres volcanes que le llegaban a la rodilla. Usaba el volcán apagado como taburete. “Desde una montaña alta como ésta, se dijo, veré de un golpe todo el planeta y todos los hombres…”Pero sólo vio agujas de rocas bien afiladas.
-Buenos días- dijo al azar.
-Buenos días…Buenos días…Buenos días…- respondió el eco.
-¿Quién eres?- dijo el principito.
-Quién eres…quién eres…-respondió el eco.
-Sed amigos míos, estoy solo- dijo el principito.
-Estoy solo…estoy solo…estoy solo…-respondió el eco.
“¡Qué planeta raro! – pensó entonces-. Es seco, puntiagudo y salado. Y los hombres no tienen imaginación. Repiten lo que se les dice…En mi casa tenía una flor: era siempre la primera en hablar…”
(El principito, Capítulo XIX, Antoine de Saint Exupery)
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