Sigurd and Brynhild, Butler, 1909
Para un hombre célibe entrado en años, el ofrecido amor es un don que ya no se espera. El milagro tiene derecho a imponer condiciones. Pensé en mis mocedades de Popayán y en una muchacha de Tezas, clara y esbelta como Ulrica que me había negado su amor.
No incurrí en el error de preguntarle si me quería. Comprendí que no era el primero y que no sería el último. Esa aventura, acaso la postrera para mí, sería una de tantas para esa resplandeciente y resuelta discípula de Ibsen.
Tomados de la mano seguimos.
-Todo esto es como un sueño -dije- y yo nunca sueño.
-Como aquel rey -replicó Ulrica- que no soñó hasta que un hechicero lo hizo dormir en una pocilga.
Agregó después.
-Oye bien. Un pájaro está por cantar.
Al poco rato oímos el canto.
-En estas tierras -dije-, piensan que quien está por morir prevé el futuro.
Y yo estoy por morir -dijo ella.
La miré atónito.
-Cortemos por el bosque -la urgí-. Arribaremos más pronto a Thorgate.
-El bosque es peligroso -replicó.
Seguimos pos lor páramos.
-Yo querría que este momento durara siempre -murmuré.
-Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres -afirmó Ulrica y, para aminorar el énfasis, me pidió que le repitiera mi nombre, que no había oído bien.
J.L.Borges
Ulrica