Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas
de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último vïaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida
son mis muertos, y con ello me refiero a la muerte de mis seres
queridos. ¿Te parece lúgubre, quizá incluso morboso? Yo no lo veo así,
antes al contrario: me resulta algo tan lógico, tan natural, tan cierto.
Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la
Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos
las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño
nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja
atisbar por un instante la grieta de lo verdadero: monumental, ardiente e
impasible. Nunca se siente uno tan auténtico como bordeando esas
fronteras biológicas: tienes una clara conciencia de estar viviendo algo
muy grande.
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El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la #Palabra. Es probable que reconozcas lo que digo; quizás lo hayas experimentado, porque el sufrimiento es algo muy común en todas las vidas (igual que la alegría). Hablo de ese dolor que es tan grande que ni siquiera parece que te nace de dentro, sino que es como si hubieras sido sepultada por un alud. Y así estás. Tan enterrada bajo esas pedregosas toneladas de pena que no puedes ni hablar. Estás segura que nadie va a oírte.
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A mi esas crisis angustiosas me agrandaron el conocimiento del mundo. Hoy me alegro de haberlas tenido: así supe lo que era el dolor psíquico, que es devastador por lo inefable. Porque la característica esencial de lo que llamamos locura es la soledad, pero una soledad monumental. Una soledad tan grande que no cabe dentro de la palabra soledad y que uno no puede ni llegar a imaginar si no ha estado ahí.
Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte
Si pudiera hablar, mi perra, creo que haría preguntas que
ningún filósofo podría responder. Pues me parece que está atormentada
por el dolor de la existencia. Por supuesto, no quiero decir que el
enigma se le presente a ella como a nosotros, ni que haya alcanzado
conclusiones abstractas por algún proceso mental semejante al nuestro.
El mundo externo para ella es una “sucesión de olores”. Ella piensa,
compara, recuerda, razona a través de los olores. Por el olor hace su
estimación del carácter, todos sus juicios se basan en los olores.
Oliendo miles de cosas que nosotros no podemos oler en absoluto, ella ha
de comprenderlas de una manera que ignoramos. Lo que conoce lo ha
aprendido mediante operaciones mentales de una clase completamente
inimaginable. Pero podemos estar tolerablemente seguros de que piensa
acerca de las cosas estableciendo una relación de olor con la
experiencia de comer o con el miedo intuitivo a ser comida. Desde luego
conoce bastante más acerca de la tierra que pisamos de lo que sería
bueno para nosotros conocer; y acaso, si fuera capaz de hablar, podría
contarnos las historias mas extrañas del aire y del agua. Dotada de un
poder sensorial tan terriblemente penetrante, o afligida por él, su
noción de las realidades aparentes debe ser peor que sepulcral. ¡No es
de extrañar que aúlle a la luna que brilla sobre un mundo así!
Y
sin embargo ella está más despierta, en el sentido budista, que la
mayoría de nosotros. Posee un código moral poco refinado –que inculca
lealtad, sumisión, cortesía, gratitud y amor materno; junto con varias
reglas menores de conducta-, y siempre ha observado este código
sencillo. Los sacerdotes llaman a su estado un estado de oscuridad de
pensamiento, ya que no puede aprender todo los que los hombres deberían
aprender; pero, teniendo en cuenta sus luces, ha hecho bastante para
merecer una condición mejor en su próximo renacimiento. Así piensa la
gente que la conoce. Cuando muera le ofrecerán un funeral humilde, y se
recitará un sutra por el bien de su espíritu. El sacerdote permitirá que
le hagan una tumba en el jardín del templo, y colocará sobre ella un
pequeño sotoba que lleve el texto Nyozé chikushö hotsu Bodai-shin*: “Incluso en un animal como éste, el Conocimiento Supremo se revelará al fin”.
* Literalmente, “el pensamiento Bodhi”, es decir, la Suprema Iluminación, la inteligencia del estado de Buda.
Creo que si yo fuera realmente un
poeta-evidentemente no lo soy-, sentiría cada instante de la vida
como poético. Es decir, es un error suponer que hay, por ejemplo,
temas poéticos o momentos poéticos: todos los temas pueden serlo.
Ya lo demostró Walt Whitman eso, y Gomez de la Serna a su modo
también: el hecho de ver lo cotidiano como poético. Hay una frase
que dice...sí: “reality stranger than fiction”: la realidad es
más rara que la ficción. Y Chesterton lo comenta aguda y
justamente, yo creo; él dice: “porque la ficción la hacemos
nosotros, en cambio la realidad es mucho más rara porque la hace
otro, el Otro: Dios”. De modo que tiene que ser más rara la
realidad.
Borges en diálogo, Conversaciones de Jorge Luis Borges con Osvaldo Ferrari
Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia a un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que los otros tengan razón. Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Jorge Luis Borges (Los justos)
A Maria Luján, que es mi amiga y que cultiva con amor sus rosas.