Acuarela de Xul Solar
Y habría en la estancia un fuerte olor de coronas fúnebres, de cera que arde y pabilos carbonizados; y él ¡pobre criatura!, daba el último adiós a su madre, por última vez la miraría dentro del ataúd, antes de que vinieran los soldadores de ataúdes, ¡ay!, los hombres que sueldan cajas de plomo con soldadores de acero. Y a su alrededor envueltas en claras ropas, se moverían las grandes mujeres de la vecindad; y viejas de negros chalones le acariciaban el rostro con sus manos que olían a trapos antiguos, a ratón o a venerables papeles amarillentos. En el patio habría hombres de pie que dicen cosas de la muerte, y en el salón hombres sentados que dicen cosas de la vida, mientras el mate corre de mano en mano y suena la bombilla, ¡ay!, sonaba la bombilla de los tiempos alegres. Y estarían sus compañeros del tercer grado mirándole con estupor y curiosos de saber cómo era un chico a quien se le ha muerto la madre; y con ellos habría venido María Esther Silvetti, su compañera de banco, y tal vez lo besaría en la frente puesto que ya eran novios y se mandaban cartitas. Pero él, ¡cuán alejado estaba de todo eso! Adán sólo miraría el rostro de su madre cubierto de un sudor frío que se enjuga con suaves pañuelos; las manos de su madre, las manos de acariciar, zurcir, peinar y hacer la corbata, las pobres y tristes manos infatigables. Y su llanto arreciaría sobre todo por esas manos, y Adán era el centro de todas las gratas voces compasivas…De pronto, volviendo a la realidad, oía desde su cama la lenta y armoniosa respiración de su madre; y comprendía entonces que su drama no era real sino imaginado. Pero sus lágrimas corrían verdaderamente, y cien voces duras lo acusaban en la tiniebla: “Monstruo!”, “!Ahí está ese chiquilín que se goza en imaginar la muerte de su madre!", “!Imagina la muerte de su madre para que todos lo compadezcan y admiren!”
Adán Buenosayres (Leopoldo Marechal)