sábado, agosto 23, 2008

Filosofía


Todo esto me angustia, pero no debo estar triste, no debo, que la tristeza no vaya unida a mi nombre, esa frase de Fucik es mi consigna, ni cuando lo torturaron, ni en la horca, Fucik nunca estuvo triste, y no me importa que la alegría haya pasado de moda, a lo mejor soy una idiota, pero los otros también son unos idiotas, con esa moda suya del escepticismo, no tengo ningún motivo para cambiar mi idiotez por la de ellos, no quiero que mi vida se parta por la mitad, quiero que sea una sola vida, una sola desde el principio hasta el final, y por eso me gusta tanto Ludvik, porque cuando estoy con él no tengo que cambiar mis ideales ni mis gustos, es una persona corriente,sencilla, alegre, clara, y eso es lo que yo amo, lo que siempre he amado.
Milan Kundera, La Broma.

sábado, agosto 09, 2008

Adán Buenosayres IV

Acuarela de Xul Solar

Y habría en la estancia un fuerte olor de coronas fúnebres, de cera que arde y pabilos carbonizados; y él ¡pobre criatura!, daba el último adiós a su madre, por última vez la miraría dentro del ataúd, antes de que vinieran los soldadores de ataúdes, ¡ay!, los hombres que sueldan cajas de plomo con soldadores de acero. Y a su alrededor envueltas en claras ropas, se moverían las grandes mujeres de la vecindad; y viejas de negros chalones le acariciaban el rostro con sus manos que olían a trapos antiguos, a ratón o a venerables papeles amarillentos. En el patio habría hombres de pie que dicen cosas de la muerte, y en el salón hombres sentados que dicen cosas de la vida, mientras el mate corre de mano en mano y suena la bombilla, ¡ay!, sonaba la bombilla de los tiempos alegres. Y estarían sus compañeros del tercer grado mirándole con estupor y curiosos de saber cómo era un chico a quien se le ha muerto la madre; y con ellos habría venido María Esther Silvetti, su compañera de banco, y tal vez lo besaría en la frente puesto que ya eran novios y se mandaban cartitas. Pero él, ¡cuán alejado estaba de todo eso! Adán sólo miraría el rostro de su madre cubierto de un sudor frío que se enjuga con suaves pañuelos; las manos de su madre, las manos de acariciar, zurcir, peinar y hacer la corbata, las pobres y tristes manos infatigables. Y su llanto arreciaría sobre todo por esas manos, y Adán era el centro de todas las gratas voces compasivas…De pronto, volviendo a la realidad, oía desde su cama la lenta y armoniosa respiración de su madre; y comprendía entonces que su drama no era real sino imaginado. Pero sus lágrimas corrían verdaderamente, y cien voces duras lo acusaban en la tiniebla: “Monstruo!”, “!Ahí está ese chiquilín que se goza en imaginar la muerte de su madre!", “!Imagina la muerte de su madre para que todos lo compadezcan y admiren!”
Adán Buenosayres (Leopoldo Marechal)