Hay cosas que un niño no comprende en el instante en que están sucediendo, pero que instintivamente le impresionan de tal modo, que no ha de olvidarlas nunca, aunque viva, ya de hombre, los años más llenos de tumulto. El recuerdo perdura en él, como la perla dentro de la valva de la ostra intacta. Un acontecimiento cualquiera, imprevisto, trivial, lo eleva un día desde la profundidad de la memoria, hasta el corazón lleno de asombro feliz con ese descubrimiento emocional. Es así, sin saber cómo sólo por el embrujo de esta noche de mayo inesperadamente tibia y llena de luces, que acabo de recordar otra noche muy lejana –tan remota que me parece de cuento- en que mi madre me regaló una estrella. Casi todo lo que de un modo u otro me pertenecía en aquel momento, ha desaparecido ya del mundo material y visible; mi casa, el patio lleno de pesados perfumes, la juventud de mi madre, quizás muchos otros mundos en el infinito espacio sideral. (…)
Chico Carlo, Juana de Ibarbourou
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