domingo, diciembre 09, 2007

Adán Buenosayres (III)

La sombra del caminante (Xul Solar)
Adán se detuvo sobresaltado:"¡El ciego!"
La suya era una íntima voz de alarma.
"¡Ojo al ciego!", se repitió Adán y avanzó con extremada cautela.
Había por ahí cierto asaltante llamado Polifemo el de las orejas agudas, cuyo temible oficio era el de aligerar la bolsa de los caminantes gracias a un recurso tan simple y viejo como el hombre: la puñalada sentimental. Es de saber que Polifemo, el saqueador de almas, padecía una ceguera total originada, según los mitólogos, en ciertas demasías de sus antepasados. Pero, ¡guay del viandante que menospreciando los ojos vacíos de Polifemo, se ilusionara con la posibilidad siquiera remota de sustraerse a su vigilia! Porque, habiéndosele negado a Polifemo todas las galanuras del mundo visible, sus orejas dominaban en cambio los ocho rumbos del universo audible, de modo tal que ni el mismo viento, así calzase los livianos chapines de su hermana la brisa, hubiera pasado junto al cíclope sin ser oído. Adán Buenosayres no habría intentado ese imposible si el artificio del ciego y su rebuscada teatralidad no le repugnasen hasta la indignación. Fácilmente podía eludir el sortilegio barato de aquella figura, con guitarrón y todo; pero estaba seguro de que una moneda suya enriquecería fatalmente los bolsillos de Polifemo, no bien la voz del gigante se la reclamara. Era necesario librarse de la conmoción visceral que le produciría la voz. ¿De qué manera? Evitando aquel grito irresistible. ¿Cómo? Deslizándose junto al ciego sin que lo advirtiera. ¿Mediante qué recurso? Adán confiaba en sus tacos de goma.
Hecho ese cálculo, avanzó cautelosamente hacia Polifemo. ¡Inútil! El gigante captaba un rumor sutílisimo de pasos.
"Es hombre -calculó-. En plena juventud. Pero, pero...¡Se adelanta en puntas de pie! ¿Cómo? ¿Tratará de escurrírsele al honrado Polifemo? ¡Tendría que ser brujo!"
Adán veía ya la inmóvil y retocada figura del ciego, con su platillo de latón en una mano y su guitarra sin cuerdas en la otra. A veinte pasos distinguió claramente su barba gris, manchada de tabaco en las inmediaciones de la boca, y adivinó la boca misma, cerrada como un antro del que podía salir el trueno. Lo honda y serena respiración del gigante se le reveló a los diez pasos: ¿estaría dormido? Entonces redobló la cautela de su marcha; y se escurría ya como una sombra delante de Polifemo, cuando la voz tremenda resonó en sus oídos:
-¡Limosna dad al cieeego!
Adán se detuvo como petrificado.
-¡Limooosna dad a un hombre que no ve la luuuz!- insistió Polifemo, saboreando cada letra como si se delectara en su propia música.
Era necesario admitir la derrota, y Adán lo hizo al dejar caer una moneda en el recipiente de latón.
-¡Dios lo pagaraaá!- tronó Polifemo, levantando sobre su cabeza el platillo y la guitarra.
-¡Monstruo!- rezongó Adán entre dientes.
Pero maligno y arrobado como un demonio triunfante, Polifemo exclamó todavía:
-¡Dios lo devolveraaá!

Adán Buenosayres (Leopoldo Marechal)


1 comentario:

luiso dijo...

En mi querida "Memorias de una enana", la protagonista tiene como su balada favorita a Tom o´Bedlam; se la enseñó su madre. La estuve leyendo y al final venía una notita a pie de página. Decía esto:
Tom o´Bedlam. Bedlam fue el nombre popular del manicomio del hospital de Saint Mary of Betlehem, del barrio londinense de Bishopsgate, y Tom o´Bedlam fuel el nombre dado después a los locos que pedían limosna.