Porque no está el Amado en el Amante
Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.
Leopoldo Marechal.Ni el Amante reposa en el Amado,
Tiende Amor su velamen castigado
Y afronta el ceño de la mar tonante.
Llora el Amor en su navío errante
Y a la tormenta libra su cuidado,
Porque son dos: Amante desterrado
Y Amado con perfil de navegante.
Si fuesen uno, Amor, no existiría
Ni llanto ni bajel ni lejanía,
Sino la beatitud de la azucena.
¡Oh amor sin remo, en la Unidad gozosa!
¡Oh círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.
Un día volvemos a buscar el reflejo metálico de esas tijeras. Un día, una necesidad visceral y profunda nos impulsa a separarnos. A alejarnos. A entender que con el número uno no nace la pena. Nace la libertad. La alegría. El impulso hacia adelante. Liberador, expandiéndose en todas las direcciones. La alegría que se parece mucho a una furia controlada y persistente, nos desborda. Somos equilibristas que caminamos gozosos por la cuerda tensa. Del otro lado el amor nos espera con los brazos extendidos, sonriendo. El centro nos sostiene. El centro es el eje que nos atraviesa y que nos sustenta. Todavía añoramos su olor, su voz, su tacto. Su cálido útero. Pero sabemos o quizás de una vez comprendemos que hay que nacer para vivir y morir todas las veces que sea necesario para nacer.
Porque es cierto que no hay nada más desolador que el abandono y la soledad. Pero en definitiva es lo único que tenemos. Porque sabemos que así llegamos y así desnudos, nos iremos. Y este pensamiento ya no acongoja, libera y como dije, expande.
Cada día que pasa lo vamos entendiendo mejor, y entonces somos mejores y más felices. Gozosos seres. Llenos de luz y de fuego. Es cierto, un poco coléricos. Pero es la fuerza que nos desborda. La fuerza que solo da la experiencia de saber que quizás el gran poeta después de todo y como siempre, halló las palabras justas. Y su clamor no es amargura. Su denuncia no es rencor. Sus palabras son verdad. Y su verdad es luz. Y la luz, lo sabemos, es amor.
Por eso comprendemos que los círculos a veces cierran perfectamente. Claramente. Yo. No vos. Yo. Es alegría. Treinta y cinco. Y cinco años después…
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